La famosa canción de Guaco, dice que "cada región tiene sus cosas sabrosas… aroma especial que vienen de sus mujeres… " y vaya que es cierto. Pero, se han preguntado alguna vez, cómo influye la idiosincrasia de cada región en el ejercicio de la maternidad. Forma de educar, comer, hablar, tradiciones familiares, rutinas...
Este es un post escrito por madres venezolanas de diferentes regiones del país, que muestran cómo sus raíces influyen en su vida como mamá.
Mamá Gocha
(Región Andina)
@yeslysuarez
Soy Yesly, soy periodista, soy diseñadora, soy esposa, pero mi labor más importante es ser madre. Hoy me preguntaron en qué influían mis raíces andinas en la crianza de mis hijos y es allí cuando respondo que además soy “gocha” y ojo que lo digo con mucho respeto y orgullo.
Nací, crecí y me formé en Táchira, soy de las que dice muchas veces en una joranada “buenos días”, “por favor”, “gracias” y “sería usted tan amable”, hablo de usted casi siempre y a toda persona mayor que yo le digo “señor” y “señora”, parecen cosas normales y cotidianas de cortesía y educación pero en mi pueblo son más que eso, son una norma estricta.
Mi hijo mayor, Saúl, apenas está en la recta final de cumplir dos años, son pocas palabras las que pronuncia a perfección y con esas limitantes ya incluyó en su contado léxico el “por favor” y las “gracias” y ese es mi gran orgullo. Mi pequeña hija, Dana, tiene cinco meses y espero que siga el buen ejemplo de su hermano, es mi meta diaria.
Mi esposo es nacido en Guayana y por eso somos muy diferentes en nuestras tradiciones, gastronomía y hasta palabras, recuerdo que una vez le dije "mira ese bubute" y duramos como una hora sin que yo le pudiera explicar qué era un bubute, pues él no alcanzó a verlo y cuando al fin se lo mostré me dijo "ah pero si eso es un congorocho". Y a pesar de las infinitas diferencias que vamos descubriendo día a día hemos llegado a acuerdos en cuanto a nuestras costumbres.
En mi casa se come pizca andina cada vez que se puede y mi hijo disfruta muchísimo ese caldito de papas, en navidad hay espacio para la hallaca con garbanzo y de guiso crudo pasada por horas y horas de cocción, también hay espacio para la hallaca de guiso cocido con rodajas de papa y aros de cebolla, el pastelito de yuca es un deleite al que todos en casa sucumbimos, cada tanto compramos pan dulce tachirense para merendar y nos consentimos con una rica quesadilla con bocadillo (mermelada de guayaba) y mi hijo aprendió a usar el pitillo por primera vez tomando chicha espumosa andina en las montañas de un pueblito llamado San rafael de Cordero.
Si algo quiero enseñar a mis hijos es a ser muy luchadores, a enfrentar el trabajo con la mejor sonrisa, pues si algo aprendí en mi tierra fue eso, a echar para adelante sin excusas, por eso no me rindo cuando las cosas parecen difíciles, por eso le digo a Saúl “hijo tú puedes” cuando enfrenta nuevos retos (caminar, saltar, correr, colorear, integrarse a nuevos grupos, entre otros). Amo esos cachetitos que se pintan de rosado cuando corre y que son mi recuerdo permanente de la región de la que provengo.
Trato de no olvidar mis tradiciones, trato en la medida de lo posible que mi familia las conozca. A la hora de la bendición hemos optado por la forma guayanesa -cruzando los brazos- y ha sido bien aceptada por nuestros familiares. Saber cuándo ceder y saber cuándo luchar han sido las claves de mi núcleo familiar, hay tradiciones que se pueden mezclar y otras tantas que no debemos dejar perder por la globalización, allí nuestros instintos deben ayudarnos a tomar las mejores decisiones.
Mamá Mollejua
(Región Occidente)
@labrandounhogar
La idiosincrasia de mi tierra Zuliana, puede no notarse a simple vista en mi ni en mis hijos, tal vez solo en mi hija Amanda que tiene rasgos “guajiros”.
Pero hay muchas otras cosas que nos delatan JAJA, por ejemplo: en mi casa se habla casi siempre en voz alta, aunque yo no lo noto ni es un problema para mí, pero mi esposo que es caraqueño si se da cuenta.
Mis hijos conocen desde que tienen memoria las mandocas para el desayuno, así como las empanadas “de queso” que en realidad están rellenas de papa con queso, los patacones, y -todos menos uno- al igual que yo aman el plátano en cualquiera de sus muchas preparaciones… nuestras hallacas en diciembre son una mezcla sincrética de las hallacas caraqueñas y maracuchas.
Ninguno habla “maracucho” pero cuando me emociono comienzo a hablar con ese rico acento y mis hijos se ríen, y en algunos momentos han llegado hasta a tratar de imitarme… muchas veces aun en los momentos que no tengo el acento pegado, mi esposo sonríe y me pide que repita algo y me doy cuenta entonces de que la manera de construir una frase o como usar una palabra determinada, solo se le hubiera ocurrido a alguien del Zulia.
Antes eso me preocupaba a veces (como cuando digo “para que vamos”, queriendo decir “para que vayamos”), hasta que me di cuenta que la lengua, el idioma es algo vivo que cambia y muta como lo usa la gente. Mi esposo, el mismo sin querer queriendo tomo e incorporó a su léxico frases zulianas, como el emblemático ¡que molleja! Para los momentos de asombro o hipérbole J.
También somos muy confianzudos en mi tierra y por ello no nos es difícil “adoptar” a un extraño y rápidamente darle la bienvenida en nuestra casa como si lo hubiéramos conocido de toda la vida. Afortunadamente mis muchachitos también son así, aunque por supuesto en estos tiempos difíciles hay que estar ojo avizor.
En las creencias tradicionales también se manifiesta mi zulianidad. Por ejemplo, junto a la Virgen del Valle, tengo en mi cartera a “La Chinita”, la Virgen de Chiquinquirá, patrona de mi tierra; a cuya basílica llevamos a nuestra hija Andrea Sofía como acción de gracias cuando nació sin problemas luego de unos problemitas en el embarazo.
La verdad ahora que lo pienso, a pesar de los pesares, y de la distancia y de todo lo demás que he conocido, sigo llevando al Zulia de mil maneras como parte integral de quien soy, y así será siempre.
Maternidad caraqueña a lo Mamá Merlin
(Región Central)
@mamamerlin2
Nací en Caracas una madrugada de agosto y desde ese momento toda mi vida ha transcurrido en la ciudad capital, una urbe que se mueve a un ritmo cada vez más acelerado. Atrás quedaron los techos rojos de la Caracas colonial para dar paso a múltiples infraestructuras que se mezclan ante mis ojos. Crecí en "el centro" de la ciudad, un lugar que mezcla lo antiguo con lo moderno y además, estudié mi carrera universitaria en la Casa que vence las sombras: la UCV, por lo que soy Ucevista nata. Todas mis vivencias en cada rincón de esta ciudad más las costumbres y valores familiares han sido parte fundamental de mi formación como persona.
Nunca había reflexionado sobre este tema, pero escribiendo estas líneas he podido notar que desde que soy madre me encuentro transmitiendo no sólo mis tradiciones a mi peque, que aún no cumple los dos años de edad, sino que inconscientemente hemos visitado muchos de los lugares a los que he estado acostumbrada andar por tanto tiempo.
Caminar por Capitolio, el Boulevard de Sábana Grande o Chacaíto, explorar la calle de piedra de San Jacinto donde también está ubicada la casa natal del Libertador, a la que hemos visitado en varias ocasiones, hacer mercado en Quinta Crespo, donde siempre hemos comprado legumbres, verduras y frutas, trasladarnos de vez en cuando en el Metro de Caracas, hacer deporte en el Parque del Este o acostarnos un rato en la grama del Centro Cultural La Estancia, e incluso pasar por las Torres de El Silencio para ir a jugar en la Plaza Bolívar con las palomas y ardillas, y a su vez, ver las majestuosas Torres de Parque Central y pasar un rato amigable en el Museo de los Niños y llevarnos porque no, algún recuerdo de este mágico lugar.
De hecho, cada vez que podemos vamos a comer golfeados en la vía que lleva hacia El Junquito o acercarnos al frío sabroso de la Colonia Tovar y porqué no, recorrer La Guaira, Naiguatá o La Sábana cuando queremos un día de playa que no sea tan lejos de la ciudad.
Casi todos los recovecos de esta ciudad los he recorrido nuevamente con mi hijo, recordando parte de mi infancia y viviendo cosas nuevas a su lado, enseñándole parte de lo que soy, una madre caraqueña, de pura cepa. Lo único que me falta recorrer con él es mi casa de estudios.
Mi abuela siempre nos acostumbró a comer los lunes pabellón (el plato criollo de Venezuela), los jueves arvejas o lentejas y los sábados religiosamente "Pelao" o una especie de arroz con pollo que se hace mucho en la región de Guayana. Aún lo seguimos haciendo y mi peque se ha venido acostumbrando a esta rutina, así como todos los días almorzamos con plátano, sin que nunca falte en algún plato.
Al levantarnos nos desayunamos sin falta en gran cantidad pero hacemos siempre una cena ligera. En casa, nunca hemos sido muy areperos que digamos, pero los fines de semana siempre preparamos este plato que es principal en la cocina venezolana.
Desde pequeña nos reuníamos en casa de mi abuela materna a pasar Navidades, recuerdo que desde su balcón se veía resplandeciente la Cruz del Ávila o del Warairarepano, nos hacía ilusión ver esta estructura brillar todas las noches. Recuerdo que apenas tenía unas cuatro o cinco semanas de embarazo y me enviaron a hacer un micro audiovisual especial para el encendido de la cruz, vaya con cuantas ganas lo hice y me sentí tan a gusto de saber como es el proceso previo y de conocer quienes son las personas que están detrás de este símbolo caraqueño. Todos los primeros de diciembre se enciende a las seis de la tarde y el año pasado pude enseñársela a mi Copi desde lo lejos, brillando ahora con luz blanca. Realmente estos momentos son mágicos porque uno aprovecha no sólo admirar esta mágica montaña sino de pedir unos cuantos deseos para el año nuevo.
Uno de los aspectos a destacar es que durante mi embarazo trabajé muchísimo en la calle (por mi profesión) y mi peque se acostumbró al ruido y el movimiento constante que caracteriza a la capital, lo que creo que actúo para formar parte de su personalidad, además, creo que vivir un embarazo en esta ciudad ya hace que los niños nazcan con un grado de aceleración, y mi peque no es la excepción.
Puedo decirles igualmente, que a los seis meses de edad lo disfracé de negrito y lo llevamos a bailar merengue caraqueño durante los Carnavales, además hemos ido juntos a festivales de calle de teatro y danza, es una rutina para nosotros visitar las piñaterías de San Jacinto para pasar un rato diferente (él muere por las piñatas porque en mi familia todas las celebraciones tienen piñata de por medio, o casi todas) y luego comernos un cepillao en la plaza. Son experiencias que revivo una y otra vez.
En sí, mi niño es un auténtico caraqueño que en poco tiempo ha recorrido muchos lugares inéditos de esta ciudad, tanto de día como de noche, porque casi nunca lo dejamos fuera de nuestra ruta nocturna (cuando podemos llevarlo), y siento que parte de mi y mis vivencias están reflejadas en él, porque esos lugares ya forman parte esencial de su vida también y eso me enorgullece mucho, porque desde ya compartimos muchas cosas en común y las hemos podido vivir juntos, en familia.
Ser mamá en Margarita
(Región Insular)
@gabyamgta
Uno pensaría que da igual en donde nazca tu hijo, en cualquier lugar lo crías igual. Así pensaba yo, pero después de tres años, justo cumpliéndose hoy, me he dado cuenta que algunas cosas pueden ser ligeramente diferentes.
La alimentación es una de las más obvias aquí en la Isla de Margarita. Siendo mi esposo y yo alérgicos, y con posibilidad que nuestro Oliver también lo fuese, su alimentación fue muy cuidadosa y guiada por el pediatra. Cada vez que subía una foto de mi enano comiendo algo nuevo, la gente me escribía sorprendida, preguntando que como era eso que la pediatra me iba diciendo que tenía que comer mi hijo.
Lo que más me impactó, aunque ahora me da un poco de risa, fue una vez en una reunión de amigos, Oliver tendría como 15 meses, y lo que prepararon fue pescado, que él aún no comía. Una de las invitadas me ve sacar un envase con la comida de Oliver y me dice "pero si hay pescado, está sanito". Yo le explico lo de la alergia y todo el cuento, y ella me dice "ay, pero si los míos comían empanada de cazón desde los 6 meses". Jajajaja de verdad imagino que la señora exageró un poco, o al menos eso espero, porque se me hace difícil imaginar a un bebé tan pequeño con una empanada en la mano.
Otra cosa que me daba mucha risa, y no sé si lo dirán igual en otras regiones, es que no le debes tocar "las molleritas" al bebé, porque por ahí respiran. Para los que no saben, las molleritas son las fontanelas, esas zonas suaves del cráneo del bebé, en las que no hay hueso sino cartílago, para facilitar la salida en el parto vaginal. Obviamente, los bebés no respiran por ahí, pero trata de contradecir a un margariteño en ese asunto. No vas a ganar el argumento.
Vivir en la isla es un encanto, es un placer criar a tu niño bajo el sol, junto al mar, con empanadas de cazón y papelón con limón bien frío! Algunas creencias te dan risa, otros comentarios te pueden molestar, pero siempre sabes que nadie te lo dice con mala intención, sino porque te quieren ayudar, que es la esencia del margariteño.
Calipso de la maternidad
(Región Guayana)
@vidacomomama
A pesar de que no soy guayanesa de nacimiento, llegué a la tierra del calipso, cuando sólo tenía 14 años.
Puerto Ordaz me ha dado una guayanesa de pura cepa que habla con su típico cantadito oriental y pide como comida favorita, cachapa con queso telita.
Al igual que Guayana, una ciudad joven, pujante, llena de infinitas mezclas culturales, mi manera de ejercer la maternidad está colmada de muchas influencias.
En nuestra mesa no falta el queso guayanés o telita y las tradicionales catalinas de Upata, que conviven con los exóticos mangos “dudu” o mango piña, nombres que sólo he escuchado en esta zona del país.
De igual forma pasa con nuestra manera de hablar. Aquí no se dice lagartija, sino “mato”, no son metras sino “pichas” y mis amados pasteles de hojaldre aquí son conocidos como “saladillos”.
La forma de construir las oraciones también es diferente y lucho todos los días con mi hija para que no diga “tu cómo te llamas”, pero creo que tengo la batalla perdida jejeje. Pero si hay algo que amo de esta tierra y que he aprendido de ella y lo tomo al pie de la letra, no sólo como madre, sino como mujer y ser humano, es su capacidad de reinventares, de crear y salir adelante.
Me siento honrada y feliz de ser una madre guayanesa. Mi vida como mamá es como el Calipso guayanés, colorido, excitante y lleno de amor, aunque un poco cansón.
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